martes, 2 de marzo de 2010

El Extranjero. Subordinación (Capítulo 3)

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Buenos Aires, 25 de Junio de 1978







Un único y terrorífico grito de miles de voces desgarra la angustia emergente de los últimos minutos desesperados en el estadio, que ocultan siniestros años de ceguera y dolor en la algarabía ciudadana por obtener el trofeo que los hace invencibles ante los ojos del mundo. El gran Coliseo estalla en Núñez desparramando gente entusiasta que en todas direcciones fluye su alegría incontenida como una erupción volcánica, cuya lava celeste y blanca tiñe de júbilo y bronca las paredes de una ciudad, cubierta en el humo de papel picado que absorbe por un momento la sangre derramada en todo este tiempo de subordinación al poder impuesto por la sordera cívica. Por primera vez, sin una sudestada que lo provoque, las calles se ven inundadas de euforia manifiesta en cánticos y risas que conforman la gran masa homogénea exaltada en sus lágrimas, que no se deciden por una causa porque tienen el mismo efecto. La policía montada conduce la manada hacia la plaza que recibe el cauce desbocado con un destino previsto, y como allá en el matadero…su éxtasis se aquieta y todo se vuelve sumisión.
Desde el balcón rosado, las sombras cobran su premio sacando ventaja de la confusión, y la masa enardece entre vitoreos y gritos, que confunden la mística de tan glorioso evento, con la lucha profusa de algunos desubicados, matarifes infiltrados de un matadero ajeno. Dragones humeantes metálicos irrumpen de pronto en la multitud desarmando la fiesta con agua y con bombas de humo, el ejército ataca con balas de goma y la gente presencia una pesadilla bizarra, con gritos y risas mezcladas con fuego y con llanto. Se dispersa la celebración ante el común suceso, usual para todos los convocados, que viven a diario esas intrusiones en su vida, como si no les perteneciera a ellos, sino a los matarifes.
Ya en las calles paralelas a las avenidas unos grupos desarmados caminan orgullosos de haber sobrevivido a la brutal embestida de sus gobernantes de turno, repasando pancartas oficiales en las paredes que anuncian la dicha de ser “argentinos derechos y humanos”, festejando un día glorioso en que su camiseta azul y blanca ondea en lo más alto del futbol mundial. Sus mejillas degastadas de gritar y llorar de alegría confusa de dolor y empatía, de unos con otros que por primera vez salen de un estadio sin una barra enemiga que refutara el resultado con cadenas y piedras, y aún así volver a casa como si la gran batalla la hubiesen tenido con el propio hermano, quien los hubiera molido a palos.
En una esquina cualquiera un hombre maduro reparte panfletos que ostentan contarles lo que no está sucediendo, con pinta de extranjero, quien no debería insultarlos de ese modo, ya que todos saben que es cierto lo que las pancartas de estado declaran, acerca de su humanidad y derecha postura, aunque en esta contienda se les hubiera torcido la espalda, a fuerza de macanas y brutalidad policíaca. El hombre parece resuelto de persuadirlos a todos, que esa vida es mezquina y que deben resistirla, pero la masa se esconde en recetas programadas por la extrema pobreza de ser subordinados y el orgullo surgido de ese gran día engrandece las ínfulas de ser argentino, y una vez más los gendarmes arrinconan al intruso y esta vez es el pueblo quien se une a ellos para defender lo que es suyo, propinándole a aquel tremenda paliza, al grito de:-“Subordinación y Valor”, de modo que nunca pueda olvidarse que el orgullo argentino permanece vivo, aún a sabiendas que ese es un mal gobierno, y en extremo violento, pero les ha dado el triunfo que jamás consiguieron.
Cuando las papas queman…Debe hacerse el estofado, y ningún extranjero está invitado a ese asado.

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